jueves, 26 de noviembre de 2015

Anna C. (Taciturne Nuit)


Cada que las trompetas anuncian la noche nosotros salimos a tratar de encontrarnos sin tener un plan para lograrlo, antes de salir tomamos los cigarros y el encendedor caro, nos ponemos nuestra ropa más fea y nos aventuramos a los prados citadinos en los que nos ahogamos en olas de luz que nos dejan ligeramente aturdidos al pasar de una banqueta a otra. Estas calles nuestras tienen capas de angustias y policías, lo tenemos muy en cuenta cuando caminamos mirando al reloj de nuestros teléfonos pues nos preocupa estar afuera hasta muy tarde pero en el fondo no nos importa, no, que mejor que nos pasara algo malo para culpar más a la vida y tener una buena historia mañana para que así quizás te abrace la niña bonita de la escuela y poder sentir sus senos presionándose contra tu cuerpo. Por eso pasamos de largo los parques buscando algo nuevo pero al final todo lo que hacemos es brincar avenidas.

Pero una noche fue diferente, una noche miré a las bestias metálicas viajar bajo un puente lo suficientemente alto como para que sus rugidos no me molesten tanto, caminé por los estacionamientos de las plazas buscándoles belleza con sus luces apagadas, pasé por los puestos de comida basura y los personajes arrinconados en grupos en alguna escalera aislada sintiéndose fuertes y mejores pero ellos, como yo, también salen al sonar de la trompeta con su ropa más fea, pero esa noche no formamos parte del mismo escenario, esa noche terminé esperando algo tras la gran cortina roja pero me aburrí y me fui a un bar, uno de esos bares que tienen pinta de ser de mala muerte pero hay seguridad en cada esquina y un puto mezcal cuesta más de 100 pesos, ese tipo de bares que sujetos pretenciosos suelen frecuentar para fingir que viven desdichados pero con zapatos nuevos y carros del año.

Entonces se me ocurrió que, ya que estaba ahí, te seguiría buscando, miré a mi derecha y luego a mi izquierda para después quedarme viendo al vacío frente a mí durante largos minutos. Tú no estabas. Tú no estabas pero era lindo pensar que seguramente te encontrabas en la silla de atrás dándome la espalda como yo te estaba dando la espalda, pensar que para ti también fue una noche diferente pero me seguiste buscando. En ese caso ambos lo logramos, ambos éramos libres, ya no estábamos sujetos a la tortuosa persecución de una fingida simpatía, ya no teníamos que buscar caminos ocultos detrás de los senderos más oscuros, quizás hasta podríamos ir a conseguir a alguien que funcionase como juguete sexual para esos días en los que nos miramos al espejo y nos vemos tan repugnantes y nos odiamos tanto. Nos vemos tan repugnantes y nos odiamos tanto. Nos vemos tan repugnantes y nos odiamos. Nos vemos tan repugnantes y... Nos vemos tan repugnantes. Nos vemos tan... Nos vemos tan... Nos vemos tan... Nos vemos.

Y una vez más, como seguro pasa más de lo que notamos, ambos estábamos ahí y nada porque no nos encontramos y nos vemos, pero quizás nos veremos cuando se apague el último faro.

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