Cada que las trompetas anuncian la noche nosotros
salimos a tratar de encontrarnos sin tener un plan para lograrlo, antes de
salir tomamos los cigarros y el encendedor caro, nos ponemos nuestra ropa más
fea y nos aventuramos a los prados citadinos en los que nos ahogamos en olas de
luz que nos dejan ligeramente aturdidos al pasar de una banqueta a otra. Estas
calles nuestras tienen capas de angustias y policías, lo tenemos muy en cuenta
cuando caminamos mirando al reloj de nuestros teléfonos pues nos preocupa estar
afuera hasta muy tarde pero en el fondo no nos importa, no, que mejor que nos
pasara algo malo para culpar más a la vida y tener una buena historia mañana
para que así quizás te abrace la niña bonita de la escuela y poder sentir
sus senos presionándose contra tu cuerpo. Por eso pasamos de largo los parques
buscando algo nuevo pero al final todo lo que hacemos es brincar avenidas.
Pero una noche fue diferente, una noche miré a
las bestias metálicas viajar bajo un puente lo suficientemente alto como para
que sus rugidos no me molesten tanto, caminé por los estacionamientos de las
plazas buscándoles belleza con sus luces apagadas, pasé por los puestos de
comida basura y los personajes arrinconados en grupos en alguna escalera aislada
sintiéndose fuertes y mejores pero ellos, como yo, también salen al sonar de la
trompeta con su ropa más fea, pero esa noche no formamos parte del mismo
escenario, esa noche terminé esperando algo tras la gran cortina roja pero me
aburrí y me fui a un bar, uno de esos bares que tienen pinta de ser de mala
muerte pero hay seguridad en cada esquina y un puto mezcal cuesta más de 100
pesos, ese tipo de bares que sujetos pretenciosos suelen frecuentar para fingir
que viven desdichados pero con zapatos nuevos y carros del año.
Entonces se me ocurrió que, ya que estaba ahí, te
seguiría buscando, miré a mi derecha y luego a mi izquierda para después
quedarme viendo al vacío frente a mí durante largos minutos. Tú no estabas. Tú
no estabas pero era lindo pensar que seguramente te encontrabas en la silla de
atrás dándome la espalda como yo te estaba dando la espalda, pensar que para ti
también fue una noche diferente pero me seguiste buscando. En ese caso ambos lo
logramos, ambos éramos libres, ya no estábamos sujetos a la tortuosa persecución
de una fingida simpatía, ya no teníamos que buscar caminos ocultos detrás de
los senderos más oscuros, quizás hasta podríamos ir a conseguir a alguien que
funcionase como juguete sexual para esos días en los que nos miramos al espejo
y nos vemos tan repugnantes y nos odiamos tanto. Nos vemos tan repugnantes y
nos odiamos tanto. Nos vemos tan repugnantes y nos odiamos. Nos vemos tan
repugnantes y... Nos vemos tan repugnantes. Nos vemos tan... Nos vemos tan...
Nos vemos tan... Nos vemos.
Y una vez más, como seguro pasa más de lo que
notamos, ambos estábamos ahí y nada porque no nos encontramos y nos vemos, pero quizás nos veremos cuando se apague el último faro.
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