Resulta sencillo saltar desde la cima de un rascacielos, tan
sencillo que es incluso nauseabundo. Incluso. Incluso recuerdo que no logro rememorar
el rostro que se aparece todas las noches en mi habitación. Es incluso frágil
la serendipia contradictoriamente planeada.
Solíamos planear cada detalle del último respiro que diéramos
que olvidamos incluir el cerrar los ojos y exhalar toda aflicción guardada en
el pulmón izquierdo y toda avaricia en el derecho. Y ciertamente fue a diestra
y siniestra la forma en que se pintó mi nombre a la cuenca de tus ojos y la
manera en que las historias escritas en lenguas muertas se tallaron en tus
mejillas cual mujer de madera. Mujer inerte, de inerte madera. Mujer que no
regala sonrisas ni lágrimas. Mujer de polvo, polvo cósmico. Mujer que no traducía
los besos a metarelatos. Mujer del mundo que del mundo es dueña.
Resulta sencillo saltar desde el puente más alto y en ese
mismo puente colgar mi casa y en mi casa guardar semillas antropomórficas cultivadas
a base de orgasmos. Deduzco. Y deduzco pues de sollozos nocturnos nunca se le
ha dado vida a la vida misma ni la vida misma se ha dado vida a sí misma, por
ende, el placer toma el papel protagónico en este melodrama que llamamos
existencia.
Creíamos, a veces, que los ángeles nacían de la miel y la
nieve y que los demonios tan solo eran los segundos que pasamos tendidos en las
calles del olvido considerando la idea de existir para siempre. Y en ese
entonces resultaba hasta bonito poder saltarnos esos momentos vacuos que ahora
dejamos en blanco. ¿Quién diría que, en esos instantes, nos fuimos a convertir
en los perfectos amantes? Y digo perfectos, sí, nos digo perfectos porque nunca
lo fuimos, ni perfectos ni amantes y no hay mayor belleza y armonía que la que
se encuentra en la impureza de una risa en agonía.
Resulta sencillo prenderle fuego a la gente, también es
fácil en rascacielos y puentes. Encontrar en las llamas una guía práctica para
eliminar la oligarquía. Abrazarla fuerte. Besarla. Amarla para después
guardarla en una caja polvorienta donde yacen los restos de una llave y un
deseo.
Decíamos, en verso, que nuestra piel nunca se apartaría del
hueso. Reíamos entonces, reíamos y le cantábamos miradas a la luna. “Que la
luna te acurruque” decías “que te acurruque y te lleve alto y justo en la cúspide
del mundo te deje caer. Eterno. Dormido. Sin peros, y que caigas durante mucho
tiempo. Así podrás soñar y al soñar vas a juntarnos como los ladrones que
somos, como las cosas que nunca encontramos y las palabras que no dijimos. Ve,
cae y sueña con que alguna vez existimos”.
Resulta sencillo, entonces, saltar de un puente o desde la
cima de un rascacielos o incluso caer desde la luna. Resulta sencillo pero no
tendría sentido si tú, mujer de hipotéticos recuerdos, no estuvieses en el piso
para cubrir con una manta mi muerto cuerpo.
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