sábado, 16 de noviembre de 2013

Nos amamos en octubre por Áncora


Tiro los dados apostándole a un corazón. Un revolver gira con una bala dentro que perfora mi cabeza creando un agujero. El agujero se convierte en el eco de las miles de voces de aquellos niños que corean tu genésico nombre a los mares más profundos que estos ojos han visto, ojos hundidos en la vacuidad de un deseo que susurra sus lamentos a los oídos de un ciego con la idea de crear imágenes antropomórficas que sobrepasen los paradigmas de la perfección. Deseos que nadan alrededor de islas infinitas donde abundan las ideas más bellas que una mente inocente pueda concebir. Y si hablamos de concebir ¿Por qué no de conceder? Y tratándose de conceder ¿Por qué no me concedes unos minutos más en este eterno Apocalipsis que nos tocó vivir? Podríamos mirar al cielo, infinito, en llamas (y nosotros reiríamos). Veríamos las aguas evaporarse y sentiríamos nuestras gargantas secas (y nosotros reiríamos). Apreciaríamos la muerte de una ilusión colectiva en búsqueda de una dualidad entre el cariño y la lujuria (y nosotros reiríamos). Y es que no podríamos hacer nada más que reír ante la angustia de la vida al no poder separar nuestros labios que, ya viejos y cansados, se petrificaron y quedaron pegados. Entonces no puedo evitar imaginarnos en un carro manejando por la autopista en nuestros atuendos de verano, tú tan ladrona, yo tan ladrón, ambos tan efímeros. Efímeros, sí, pero jamás taciturnos. Entonces no puedo evitar sentir que chocamos, chocamos por mi debilidad ante ver tu rostro con la esperanza de que me digas algo.
Dime algo, cántame al oído o susúrrame aquel inerte suspiro que con gran razón ganó guerras y detuvo alaridos. Grita algo, destrúyeme los tímpanos pero nunca dejes de llenarme de delirios.
Entonces pienso que si alguna nota se guarda entre los murmuros de tus muros, un lienzo se quedará en tu cama y un beso en tu mejilla hasta que se te marchite el alma. Y si esa alma tuya decide marchitarse, sin duda sería el primero en la línea para recibir el ataque. Y es curioso como ya no queda mucho o tal vez nunca hubo nada de tiempo para contar las innumerables veces dejé en el viento tu nombre, pero aparentemente cada una de ellas voló hasta donde tú te escondes. Ciertamente éramos extraños bien conocidos que jamás se dignaron al tacto de sus latidos pero ahora el momento parece tan cercano, tan preciso, que la idea es palpable, la sensación tangible y el deseo inmune ante los turbulentos ríos de la incertidumbre de un mañana empañado por nuestros alientos enaltecidos.
Tiro los dados apostándole a un corazón. El revolver cargado. Los versos escupidos. Los cuerpos tallados. Los alientos en camino. Pero ¿De qué me sirve apostarle a un corazón que desde un principio era mío?

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