domingo, 22 de julio de 2018

Pijama de mujer y manchas de ceniza en mi ropita fea


¿En dónde me escondo? Cuando el rugido de los carros deja de tejer los vínculos en mis recuerdos mientras pasean por las dendritas de concreto intoxicando de una luz fugitiva las ventanas de mi iris. Es ahí cuando me pongo paranoico y me embriaga la necesidad de esquematizar la arquitectura de mi camino a casa hasta la interacción más primaria y pintar con sus vectores mi piel.

¿Qué tan cerca puedo estar del núcleo fundamental? Yo creo que es por la luz entre nuestras pieles, o por alguna fuerza misteriosa, la razón por la cual la tundra que escondes en tu boca no ha llenado a las montañas de roca en mis ojos con su gentil nieve. Damos un paso adelante y retrocedemos dos para ver si por el otro camino era mejor y sí. Supongo que sí.

Una vez me perdí a propósito en el laberinto de tu habitación. Esa fue la única vez que no mapeé mi espacio para asegurarme de que quedaría suficiente oxígeno para ambos por las próximas nueve horas. Preferí dejarme llevar. Preferí dejarme llevar, pero cuando mis brazos comenzaron a deformarse para alcanzar el orbital de tu cintura, mis venas y nervios se solidificaron dejando tan sólo un árbol muerto. Creo que a ti te incomodó. A mí también.

Pero nada de esto significa que no quiero flotar, frágil, por las circunferencias de los ciclos más íntimos que en tu topología pueda encontrar. Que esté perdido todavía en los pasillos de tu habitación porque no me decido por el camino indicado no significa que no estoy tratando de llegar a la cama contigo.

Llegar antes de que me seque, antes de que todas mis hojas sequen y el invierno dure para siempre.

Cómo me gustaría poder enredar las terminales de mis dedos por cada muro que contenga tus misterios, quizás así dejarme derrotar por ellos, hundirme en sus pozos. Como me gustaría romper la paralela simetría en nuestros caminos y descubrir, ambos, que después de todo no éramos tan distintos.

Como me gustaría hacerlo, pero no puedo. No estoy conectado con la saliva de este mundo. No conozco otros aires fuera de este que siempre he llamado mío. No he encontrado una ruta segura y suficientemente corta al centro de tu ciudad. Hace mucho que no me paseo por ahí.

No puedo hacerlo y por el mismo motivo no encuentro sentido en estas palabras, así como no encuentro sentido en la probabilística naturaleza de mis manos sometidas a las olas de tu cabello, ni en los atardeceres bonitos, ni en aprender a bailar.

No le encuentro sentido, pero me deshago por perderme en el campo que describe tu espacio, llegar a tu cama, abrazarte, colapsar.

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