¿En
dónde me escondo? Cuando el rugido de los carros deja de tejer los vínculos en
mis recuerdos mientras pasean por las dendritas de concreto intoxicando de una
luz fugitiva las ventanas de mi iris. Es ahí cuando me pongo paranoico y me
embriaga la necesidad de esquematizar la arquitectura de mi camino a casa hasta
la interacción más primaria y pintar con sus vectores mi piel.
¿Qué tan
cerca puedo estar del núcleo fundamental? Yo creo que es por la luz entre
nuestras pieles, o por alguna fuerza misteriosa, la razón por la cual la tundra
que escondes en tu boca no ha llenado a las montañas de roca en mis ojos con su
gentil nieve. Damos un paso adelante y retrocedemos dos para ver si por el otro
camino era mejor y sí. Supongo que sí.
Una vez
me perdí a propósito en el laberinto de tu habitación. Esa fue la única vez que
no mapeé mi espacio para asegurarme de que quedaría suficiente oxígeno para
ambos por las próximas nueve horas. Preferí dejarme llevar. Preferí dejarme
llevar, pero cuando mis brazos comenzaron a deformarse para alcanzar el orbital
de tu cintura, mis venas y nervios se solidificaron dejando tan sólo un árbol
muerto. Creo que a ti te incomodó. A mí también.
Pero
nada de esto significa que no quiero flotar, frágil, por las circunferencias de
los ciclos más íntimos que en tu topología pueda encontrar. Que esté perdido
todavía en los pasillos de tu habitación porque no me decido por el camino
indicado no significa que no estoy tratando de llegar a la cama contigo.
Llegar
antes de que me seque, antes de que todas mis hojas sequen y el invierno dure
para siempre.
Cómo me
gustaría poder enredar las terminales de mis dedos por cada muro que contenga
tus misterios, quizás así dejarme derrotar por ellos, hundirme en sus pozos.
Como me gustaría romper la paralela simetría en nuestros caminos y descubrir,
ambos, que después de todo no éramos tan distintos.
Como me
gustaría hacerlo, pero no puedo. No estoy conectado con la saliva de este
mundo. No conozco otros aires fuera de este que siempre he llamado mío. No he
encontrado una ruta segura y suficientemente corta al centro de tu ciudad. Hace
mucho que no me paseo por ahí.
No puedo
hacerlo y por el mismo motivo no encuentro sentido en estas palabras, así como
no encuentro sentido en la probabilística naturaleza de mis manos sometidas a
las olas de tu cabello, ni en los atardeceres bonitos, ni en aprender a bailar.
No le
encuentro sentido, pero me deshago por perderme en el campo que describe tu
espacio, llegar a tu cama, abrazarte, colapsar.