miércoles, 7 de febrero de 2018

whiteRoom(false); //Primera caída


Estoy harto de cambiar de habitación. Siempre que lo hago encuentro un patrón de luz sobre mi cama causado por las ventanas siendo violentadas por la intensa luz del sol. En ocasiones cierro las persianas para que esto no pase. Prendo todos mis focos y velas. Dejo abiertos mis ojos.

El problema es que indiscutiblemente llega el momento en el que ya es oscuro y tengo que salir a buscarte. Recorro siempre la misma calle. Siempre la misma calle. Tomo siempre el mismo autobús y me bajo siempre en la misma parada. Jamás estás ahí. Alguien me recibe de cualquier forma. Una figura humana, una figura linda.

Las voces del concreto me contaron que esta figura es particularmente buena para sonreír y con su sonrisa inquietar mis templos. Dicen que sus ojos son tan sólo una hermosa y egoísta prisión para una insulsa conclusión. Es una artista de esto.

Hace unos días esta figura me llevó a una fiesta. La fiesta era en una linda casa. En los espejos de sus baños me encontraba con diferentes bestias que se parecían tanto a mí. Los habitantes de la celebración no estaban desnudos. Muy por el contrario, iban con sus almas llenas de joyas y a sus pieles iba pegada una tela de vidrio. Veía cómo se tensaban sus dedos y se agitaban sus respiraciones cada vez que daba un paso o abría la boca. Por un momento tratamos de estrechar manos. Ellos encontraron el cáncer. Yo no encontré.

Estoy harto de cambiar de habitación. Siempre que lo hago una luz encuentra un patrón de intensas ventanas sobre mi sol causado por una violentada cama. En ocasiones cierro mis ojos para que esto no pase. Prendo mis focos y quemo mis velas. Dejo abiertas las persianas.

Cuando lo que veo comienza a darme miedo y el aire me causa nauseas, corro rápido. Corro de vuelta al baño para enfrentar a las bestias y sólo me encuentro a mí. La figura, entonces, se molesta porque dejo de soplarle dulces fragancias de humo y miel.

La figura no entiende que el humo me cuida y la miel me duerme. La figura no quiere entender. Una vez paseando por las cordilleras de su piel encontré botones que parecían llevar a lo más profundo del planeta. Suponía – tonta suposición – que una vez en el centro encontraría todos los motivos por los cuales estoy viviendo o todos los motivos que estoy viviendo.

Los botones liberaban el fuego y nada más. Nada más. Nada más lejos. Nada más profundo. Nada mas no te pierdas en los encantos del azul. Nada más no te pierdas en los encantos del azul. De lo contrario estaríamos tan tristes. De lo contrario no sabríamos qué hacer. No lo sé.

Claro que comprendo que no es culpa de la figura ni de sus relevos.

Claro que comprendo que esta vida siempre hará de mí un ridículo Ícaro cuando desgarre mi pecho y destroce mi cráneo por acercarme al murmuro de alguien a quien quiero encontrar.

Claro que comprendo que los mismos caminos jamás me llevarán al iris de la aterciopelada sensación del afecto.

Claro que comprendo que si mis dedos no están tiesos y mi corazón no corre es porque, en efecto, estoy rendido ante la insípida conclusión en la que yo no soy nada más que un, nada icónico, recuerdo.

Claro que lo comprendo.

De lo contrario no me sentiría apenado por la figura.

Pobre figura que ni la grata idea se lleva.

Pobre figura que jamás se preocupó por saborear mi saliva o comprender la complejidad de mi espina.

Pobre figura.

Pobre figura pobre que sólo encontró el cáncer y sexo mediocre.

Claro que lo comprendo.

¿Tú no?

Estoy harto de cambiar de habitación. Siempre que lo hago un patrón encuentra una cama de intensas luces sobre mis ventanas causadas por un violentado sol. En ocasiones cierro mis ojos para que esto pase. Nada más. Nada más lejos. Nada más profundo. Deja abierto el iris.

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