Ana,
Aquí no somos nada más
que pequeñas partículas monoatómicas, no estamos unidos, y por más que el
atardecer trascienda de un día de espectáculos alegóricos compartidos contigo
en donde la tarde se pone su ropa favorita y se pasea de cordillera a
cordillera con las rodillas finas de una linda niña, tú y yo ya no estamos
juntos.
Ya es de noche y el sol
con leyendas rococó se esconde, pero la noche baila, Ana, ella baila como tú
bailabas sobre una idealizada cama con tus frágiles muñecas oscilando de arriba
a abajo, conservando la energía, con tus delicadas y definidas sombras faciales.
¿Quién las pintó? O mejor
dicho ¿Quién te pintó? pero más importante aún ¿Quién te escribió?
Ana ¿Quién te escribió?
Pues maldito sea el que
te haya escrito, maldita su tierra y su sangre y su mano que se atrevió a
definirte capítulo por capítulo, estrofa por estrofa, verso por verso, palabra
por palabra… maldito sea y muchas gracias. Sí, Ana, muchas gracias al escritor
por haber liberado al mundo algo que es de todos y de nadie, alguien mía pero
ajena pues, Ana, eres tan mía como eres tuya, así como yo soy tan tuyo y punto.
Ana, el tiempo corre en
esta impredecible corriente de realidad y mientras las estaciones pasan como
parvadas de pájaros cuando el día envejece yo también envejezco. Me vuelvo
débil, lento y gordo, y mientras yo envejezco tú te añejas como el más fino de
todos los vinos, fuerte, deseada, inalcanzable, perfecta.
Me duele que no sepas que
eres tan perfecta.
Y mientras yo trataba de
enamorarte con canciones compuestas en los bares del centro, arcaicas melodías,
clichés y rimas, mientras buscaba formas de a lo lejos tocar tu mano,
sostenerte entre mis brazos, poder besarte o compartir la tarde, en la noche te
encontraba sin vida o con tu mano en una que no era la mía o con tu cuerpo
sostenido por delgados hilos rojos amarrados de un extremo a tus muñecas y del
otro a las nubes o con marcas de labios en tu cuello, labios que no eran estos
labios míos, pero sí eran unos labios que me decían dónde encontrarte.
Seguro estarías
festejando en la calle con tus pocos amigos y uno que otro desconocido con la
suerte de poder a ti acercarse. Yo a veces te veía, yo temeroso y tú vestida de
rojo, y cuando te embriagabas yo te llevaba a tu casa, la lujuria te acorralaba
y pedías ser acariciada… jamás supe cómo. Jamás supe cómo y jamás lo hice.
Comprensiva entonces me pedías que te cantara. Ana, yo te cantaba y tú
disfrutabas tanto mi canción, sonreías mientras mecías tu mareada cabeza de un
lado a otro hasta quedarte dormida.
A la mañana siguiente con
los enrojecidos ojos aún te miraba y cuando despertabas llorabas y me pedías
que nunca te dejara. Luego te ibas. No volvías. No volvías, Ana, no volvías.
Ana, si me fui fue por falta
de fortaleza. Ana, si me fui fue por forzarme a no fallar más. Ana, te pido
perdón. Ana, perdón.
Ana, perdón.
No nos veremos mañana.
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