lunes, 6 de noviembre de 2017

Carta para Ana (Fragmento 1)

Ana,
Aquí no somos nada más que pequeñas partículas monoatómicas, no estamos unidos, y por más que el atardecer trascienda de un día de espectáculos alegóricos compartidos contigo en donde la tarde se pone su ropa favorita y se pasea de cordillera a cordillera con las rodillas finas de una linda niña, tú y yo ya no estamos juntos.
Ya es de noche y el sol con leyendas rococó se esconde, pero la noche baila, Ana, ella baila como tú bailabas sobre una idealizada cama con tus frágiles muñecas oscilando de arriba a abajo, conservando la energía, con tus delicadas y definidas sombras faciales.
¿Quién las pintó? O mejor dicho ¿Quién te pintó? pero más importante aún ¿Quién te escribió?
Ana ¿Quién te escribió?
Pues maldito sea el que te haya escrito, maldita su tierra y su sangre y su mano que se atrevió a definirte capítulo por capítulo, estrofa por estrofa, verso por verso, palabra por palabra… maldito sea y muchas gracias. Sí, Ana, muchas gracias al escritor por haber liberado al mundo algo que es de todos y de nadie, alguien mía pero ajena pues, Ana, eres tan mía como eres tuya, así como yo soy tan tuyo y punto.
Ana, el tiempo corre en esta impredecible corriente de realidad y mientras las estaciones pasan como parvadas de pájaros cuando el día envejece yo también envejezco. Me vuelvo débil, lento y gordo, y mientras yo envejezco tú te añejas como el más fino de todos los vinos, fuerte, deseada, inalcanzable, perfecta.
Me duele que no sepas que eres tan perfecta.
Y mientras yo trataba de enamorarte con canciones compuestas en los bares del centro, arcaicas melodías, clichés y rimas, mientras buscaba formas de a lo lejos tocar tu mano, sostenerte entre mis brazos, poder besarte o compartir la tarde, en la noche te encontraba sin vida o con tu mano en una que no era la mía o con tu cuerpo sostenido por delgados hilos rojos amarrados de un extremo a tus muñecas y del otro a las nubes o con marcas de labios en tu cuello, labios que no eran estos labios míos, pero sí eran unos labios que me decían dónde encontrarte.
Seguro estarías festejando en la calle con tus pocos amigos y uno que otro desconocido con la suerte de poder a ti acercarse. Yo a veces te veía, yo temeroso y tú vestida de rojo, y cuando te embriagabas yo te llevaba a tu casa, la lujuria te acorralaba y pedías ser acariciada… jamás supe cómo. Jamás supe cómo y jamás lo hice. Comprensiva entonces me pedías que te cantara. Ana, yo te cantaba y tú disfrutabas tanto mi canción, sonreías mientras mecías tu mareada cabeza de un lado a otro hasta quedarte dormida.
A la mañana siguiente con los enrojecidos ojos aún te miraba y cuando despertabas llorabas y me pedías que nunca te dejara. Luego te ibas. No volvías. No volvías, Ana, no volvías.
Ana, si me fui fue por falta de fortaleza. Ana, si me fui fue por forzarme a no fallar más. Ana, te pido perdón. Ana, perdón.
Ana, perdón.












































No nos veremos mañana.

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