La vida entre un humo infante.
Ciudad de huesos de perros de la calle.
Apesta a manos tentadas a la prudencia,
A las razones por las cuales no arrancarse la cara.
Rituales de objetivización,
De arrebatarse de lo humano,
Falsos dedos, falsos callos,
Artistas de las aristas de tus labios.
La muerte, entré, y entra
Ciudad de huesos de la calle de los perros,
Es a donde vamos a renovar nuestros troncos,
Un tórax torcido, entre las costillas castillos,
Eterno respirar de trompetas de guerra,
Redoble de la muerte que al doblar muere
De haber doblado en la calle de los perros.
Guerra, aquí solo se respira guerra.
El cuchillo del carnicero masajea mi espalda,
Aire pasa entre la rosada carne,
Huele a hipocresía, a tiempo muerto
A que ya llevo mucho tiempo muerto.
Carne de agua sucia, de tonos grises,
Podrida por los lagos del asesinato
Y el asesino aún vive dentro.
Sexo entre entrañas, sexo sin miradas
En el otro cuerpo encuentro alivio
La vagina se vuelve mi ambrosía
Cocina dentro de mí placeres y exilio.
El hombre ya no es hombre, ya no más
Aire será hasta que amanezca,
Se escapa lentamente su deseo
Escapa entre sus inhumanos dedos
Por los rostros en su estómago
Los monstruos en su abdomen,
Poros evacuan la gracia
Del corazón a los riñones.
Sucio termina nuestro Ya no hombre,
Pavimento de miradas de aquellos sin nombre.
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