Los picos de hielo de noche nos alcanzaban desde sus infinitas distancias. Me pediste permitiera que se clavaran en mis ojos particularizando caminos en el holograma de un mapa que no lleva a ningún lado. Creo que dije, sí. Quizá no se dijo nada y sólo busqué desplomar mi cabeza sobre tus hombros de hojas secas mientras llamabas a tus vientos para que los llevaran a cualquier otro espacio menos tangente.
Ninguna pared guardó un susurro, no vieron como nuestra voluntad se derretía y endurecía. Pero este baile siempre causa ampollas en los pies de los edificios, ese pasito pa delante y aquellos dos pa trás van a terminar fundiendo la superficie encerrada
entre mi piel y mi carne,
entre mi carne y mis huesos,
entre mis huesos y yo.
Tú, sin embargo, estás refrescante.
Como perfume de un antiguo otoño.
Como ardor de nieve sometiendo a la piel desnuda.
Y con esa frescura humedeciste las faldas de mi cuello con los vapores de tus llantos abortados.
Y con incertidumbre, mis licuados - simétricos - dedos comenzaron a fracturar tu templo de secuencias.
Y es que también tú lo quieres hacer todo y yo no puedo hacer casi nada.
Y es que la verdad sí somos muy incómodos,
Como
un
par
de
insectos,
que todavía no saben si se quieren comer
Pero que tienen tanta hambre. Al menos uno sí. Al menos yo sí.
Te extraño desde antes de saber que podías ser. Pero pues equis, ya... todo chido wey.